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domingo, agosto 31, 2008

La Mamplota

Hoy en la Columna Cogiéndolo Suave del periódico El Nacional, Mario Emilio Pérez nos relata una historia sobre los valores de la autoestima y la perseverancia. Como siempre la historia tiene el toque comiquísimo muy peculiar de Mario Emilio del cual yo como siempre "me exploto de la risa"... check it out:

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En sus años de adolescencia era una mujer ligeramente excedida de libras, y desde que contrajo matrimonio a los veinticinco y parió dos muchachos calificó para el sobrenombre de gordotona mamplota.

Caminaba con paso lento y bamboleo de marinero de goleta, y al hacerlo parecía que sus piernas estaban a punto de quebrarse bajo el peso del resto de su anatomía.

La adiposa dama era de un catolicismo militante, que se ponía de manifiesto asistiendo a misa los domingos y fiestas de guardar.

En mi condición de amigo de añeja data de su marido visitaba con frecuencia el hogar de la obesa, y al hacerlo la semana pasada, el cónyuge me informó que su pareja atravesaba por una crisis de fe.

Sorprendido, pregunté las causas del cambio, y entonces llamó a su esposa, que a las ocho y media de la noche ya estaba metida en pijama en el lecho matrimonial.

Al sentarse en un sillón próximo a nosotros observé en su rostro una expresión de tristeza.

-Explícale a Mario Emilio los disparates que se te metieron en la cabeza cuando viste en la televisión un programa donde actuaba la cantante mexicana Talía-dijo el marido, con burlona expresión en el semblante.

-Mi reacción no es disparatada, sino muy lógica-respondió la dama del sobrepeso-porque pensé en la injusticia de Dios al distribuir los dones entre los humanos; y es que mientras a Thalía la dotó de un cuerpecito perfecto y una voz bellísima, a mí me castigó con un corpachón desprovisto de curvas, una voz desagradable de timbre varonil y un pésimo sentido del ritmo musical.Si es cierto que Dios es todo bondad, no podía hacerle eso a una criatura como yo, que hasta hace poco era fiel creyente en su existencia.

De nada valieron los argumentos esgrimidos por su marido y yo para convencerla de lo absurdo de su teoría.

Pero confieso que no saqué valor suficiente para decirle que podía recuperar su perdida fe con una milagrosa combinación de alejamiento de la cuchara y aproximación al gimnasio.

En lo relacionado con el canto, no la salva ni María Callas resucitada.



Por Mario Emilio Perez
(sociólogo y escritor dominicano)

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