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domingo, noviembre 16, 2008

El Mundo de los Picoteadores

Hoy leyendo la columna Cogiéndolo Suave del periódico El Nacional, me exploté de la risa al leer como Mario Emilio Pérez relata en su forma jocosa uno de los graves problemas que tiene nuestra sociedad en República Dominicana. Y a pesar de yo haber pasado varias veces por esto y plantear mi opinión al respecto (chequeen este post y este otro), todavia sigo siendo víctima de esos parásitos sociales que andan por nuestras calles...

Chequeen este breve relato de Mario Emilio Pérez, el cual me trae buenos y malos recuerdos... check it out:


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El mundo de los picoteadores

Recuerdo que uno de los más conocidos picoteadores de la capital afirmaba que pedir era la única actividad que no dejaba pérdidas materiales, porque con ella se ganaba, y en el peor de los casos, se producía un empate.

Su filosofía de vida la exponía señalando que “la noche se hizo para dormir, y el día para descansar”.

Mencionaba con frecuencia la letra del merengue donde se pone de manifiesto que “el trabajar hay que dejárselo al buey, porque ese asunto lo hizo Dios como castigo”.

El laboriófobo no dejaba pasar oportunidad de morder con sumas generalmente modestas a sus amigos, relacionados, conocidos, y hasta desconocidos.

Fue por esa circunstancia que en una ocasión, y ante su asedio picoteíl perdí mi paciencia habitual, disparándole una interrogante con ira mal frenada.

-¿-Quiere decir que todas y cada una de las veces que nos topemos me vas a girar por dinero, cojollo?

Permaneció con expresión inmutable en el rostro, y se dirigió con paso rápido hacia la acera opuesta en busca de potenciales proveedores.

No había transcurrido una semana desde el regaño, cuando caminando por la calle Arzobispo Nouel vi acercarse al perseverante pedigüeño, y antes de que posara sus bombillos oculares sobre mí emprendí la huida, doblando en la primera esquina que encontré.

Pero pareció que Dios estaba de su parte, porque un perro que vagaba por las inmediaciones me cayó detrás con la ostensible intención de poner en contacto su dentadura con alguna zona de mi anatomía.

Felizmente, todavía poseía suficiente juventud para imprimirle velocidad a mis piernas, lo que me salvó de aquellas posibles dentelladas caninas.

Un amigo relató que en una ocasión cruzaba apresuradamente la avenida Mella huyendo de otro parásito social, cuando un automóvil estuvo a punto de atropellarlo.

El conductor del vehículo apeló a su abundante repertorio de malas palabras, mientras el fugitivo apelaba a la respiración profunda para atenuar las palpitaciones cardíacas generadas por aquel susto.

No olvido que mi difunto padre, cuando condenaba el pedigüeñismo ante sus hijos, remataba el discurso con el mismo consejo:

¡No permitan que les cojan miedo en vida!


Por MARIO EMILIO PEREZ
(Sociólogo y escritor dominicano)


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