Siguiendo el tema, hoy domingo como siempre me puse a leer la columna Cogiéndolo Suave del periódico El Nacional, donde Mario Emilio Pérez nos relata una de sus anécdotas sobre la seducción y sus extravagantes piropos, expresada con su típico sentido de humor que refleja siempre en sus escrituras... check it out:
Corría el año 1983 y yo desempeñaba la función de director de prensa de la entonces Oficina de Desarrollo de la Comunidad (CDC) dirigida por mi hermano afectivo el doctor Juan Bosco Guerrero.
Conversaba con mi amigo una mañana en su despacho cuando entró una dama cuarentena de cuerpo bien estructurado y rostro hermoso.
Después de la presentación de rigor Bosco habló largamente acerca de las virtudes de la dama, por lo cual apeló a formularle una pregunta que hago a algunas de las representantes del bello sexo.
- ¿Es usted casada, o feliz?
- La atractiva mujer esbozó una sonrisa, y su repuesta brotó, rápida y espontánea.
- Soy casada y feliz.
Le dije con el tono firme del convencimiento, lo que me llevó a continuar bromeando.
- Su marido se vería obligado a pedir asilo si en el país se estableciera un régimen comunista, ya que sería encarcelado por “plusvalía de felicidad conyugal”.
La sonrisa de la dama se trocó en carcajada, y después de agradecer mis elogios pasé a tratarle a Bosco el motivo de su visita, por lo que opté por retirarme.
No había transcurrido un mes cuando fuí invitado por directivos de una agrupación de especialistas de una rama de la Medicina a ofrecer una charla acerca del humor del dominicano.
El acto era parte de un programa que incluía una cena en un hotel de la capital.
Me dirigía hacia el salón destinado al evento, cuando ví que caminaba con paso rápido para acercarse a mí un oficial del ejército de elevada estatura y complexión robusta.
Cuando estaba a escasos metros aumenté la expresión hosca de su rostro, y me disparó la pregunta sin saludarme.
- ¿Quiere decir que si aquí se establece un gobierno marxista leninista, me fusilarían por plusvalía de felicidad conyugal?
Pensé que había llegado el momento en que me vería de frente con San Pedro, por lo que intenté darle una explicación al aparentemente airado oficial, en cuyo uniforme destacaba la insignia del cuerpo médico.
Pero no pude hacerlo porque el hombre se echó a reír, y luego me tendió la mano en gesto amistoso.
-No te asuste, Mario Emilio, lo que sucede es que después que le echaste ese piropo a mi esposa en la oficina de Bosco, esa mujer tiene una parejería tan grande, que cada vez que discutimos me recuerda la plusvalía de felicidad que ella me regala con su presencia.
Mi risa fue tan efectiva, que se llevó de inmediato el miedo.
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