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De estatura elevada, contextura fortachona y vozarrón de barítono agripado, mi amigo se jacta de que si algún día se inventara un cundangómetro, él obtendría la más baja puntuación.
Cuando le dijeron que un conocido artista manifestaba que nadie conoce a ningún ex –pájaro, pero que existían millones de ex –hombres, afirmó que estos últimos eran realmente travestis.
Rebatió con ira contenida la teoría expresada por un pariente de que en todo hombre había un pájaro chowí dormido, haciendo hincapié en que a él le molestaba el olor natural del hombre, mientras disfrutaba de los efluvios sobacales de las mujeres.
Una noche compartía un litro de ron en un restaurante con un amigo, y este le habló de la de la controversial tésis del médico y escritor español Gregorio Marañón acerca del componente homosexual reprimido de los seres humanos.
El tercio destacó que, de acuerdo con el famoso pensador, los hombres mujeriegos son menos varoniles que los monofáldicos, ya que no se satisfacen con ninguna de sus conquistas porque en realidad tratan de acallar el subconsciente plumil.
-Eso es un maldito disparatazo-replicó con tono enfático el homofóbico- porque en la variedad es que está lo bueno de toda diversión, y es por eso que en las relaciones amorosas añejas poco a poco se va apagando el fuego de la pasión inicial.Por ejemplo, terminé hace poco un romance con una, y ya tengo un enredo con una carajita que dedica dos horas diarias a los ejercicios en un gimnasio.
-¿y cómo luce la joven?-preguntó el interlocutor del mujerólatra.
-Mas bien que Lola antes de las tres de la tarde. Tiene unos brazos con bíceps y tríceps bien desarrollados, anchos dorsales, y piernas musculosas.
- ¿Y qué tal de cara?- interrogó nuevamente el tercio.
-Bellísima, rostro severo, de mandíbula masculina- respondió el cundangófo.
-¡Diablo, pero es con un hombre con quien tienes amores!- gritó su acompañante, para luego esquivar la trompada que el mujeriego le lanzó.
Pagaron la cuenta entre ambos, con caras hoscas, y desde entonces no han vuelto a dirigirse la palabra.
Por MARIO EMILIO PEREZ
(Sociólogo y escritor dominicano)
Extraído de El Nacional
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