A pesar de su vasta cultura mi amigo es hombre con numerosos prejuicios, entre ellos el de la homofobia, o sea, que no quiere saber de aquellos congéneres con devaneos pajariles.
Como ocurre con la mayoría de los cundangófobos, es devoto de las representantes del injustamente llamado sexo débil, con decenas de las cuales ha disfrutado del más sano y natural de los placeres.
Cuando en los inicios de la década de los ochenta hizo su aparición el mortífero síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida), nuestro personaje despotricó contra los cultores de las relaciones sexuales contra natura.
Y cuando la enfermedad comenzó a hacer estragos en las mujeres el hombre había entrado en los setenta años, por lo que juró que se limitaría a las relaciones íntimas con su esposa.
Era gracioso escucharle fundamentar su decisión de convertirse en ortodoxo de la monofaldia.
- Piensen que la mujer soltera, casada o divorciada con la cual se chiviriquea, ha tenido uno o varios hombres, quienes también han tenido otras mujeres, las cuales a su vez han estrujado sábanas con otros machos. Eso quiere decir que si en esa larga cadena hay un eslabón sidoso, se fuñe un lote de gente, que irá a sumarle ex vivos a los cementerios.
Una noche en que en una fiesta de cumpleaños de su esposa el ex faldero desarrollaba su tesis, fue interrumpido por una de las invitadas.
- Caballero, a su edad resulta absurdo ese miedo al sida, ya que los años que le faltan para morirse, en el mejor de los casos serán los mismos que durará si contrae la enfermedad.
La cumpleañera pegó un brinco, separando las posaderas de la silla que ocupaba.
-No le des razones a mi marido para que mujeree fuera de su casa, porque bateando en un solo estadio su average no llega a doscientos.
Por MARIO EMILIO PEREZ
(Sociólogo y escritor dominicano)
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