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Consejos de Padre Mujeriego
Cuando aquella mañana entré al bufete de mi amigo, quien estaba acompañado de su primogénito, un joven alto y delgado, me recibió con una amplia sonrisa y un fuerte apretón de mano.
-Llegas en un buen momento, porque en tu condición de ex- mujeriego me puedes ayudar a orientar a este muchacho, que como dicen que hijo de gato caza ratones, será dentro de poco un devoto de las faldas, como yo.
El hijo del faldero se mantuvo con la cabeza agachada y el rostro enrojecido durante aquel discurso de presentación de su progenitor.
-Cuando entraste, le decía a este machote que los hombres plurifáldicos tenemos que vivir en estado de alerta, pues con cada levante nos echamos por lo menos un hombre como enemigo, o sea, alguien que fue rechazado por la hembra que nos correspondió.
Se echó hacia atrás en el mullido sillón, sonriendo como aquellos que saben que dominan el tema que están desarrollando.
-Ese macho despechado nos coge odio, que puede manifestarse hablando mal de nosotros, o invitándonos a pelear, o poniendo por los suelos la reputación de aquella que lo rechazó.
Y no faltará uno que otro despechado que le pague a algún tíguere para que nos aplique una paliza, o nos despache hacia los predios de San Pedro. Ah, y los riesgos que corremos con las llamadas serias son aún mayores con las prostitutas, porque sus chulos viven de ellas, y agujerean con puñales y punzones a quienes atentan contra su fuente de ingresos.
Al hablar, miraba alternativamente a su vástago y a mí, mientras su voz mantenía el tono enfático y declamatorio propio de los abogados litigantes en los estrados.
Calló esperando la reacción de sus interlocutores, y al ver que permanecíamos silenciosos, concluyó su discurso de veterano feminólogo.
-En conclusión, como todo en la vida, el mujerieguismo tiene sus cosas muy buenas y otras muy malas; afortunadamente, las buenas son mayores, algo que comprobarás cuando te inicies en esta placentera afición.
El genéticamente potencial amante de las faldas se despidió cuando su padre le dejó caer el dinero que fue a buscar, y de inmediato el jurista y yo pasamos a conversar sobre diversos temas.
Han transcurrido varios meses desde aquel encuentro, y cuando veo a mi amigo me abstengo de preguntarle por su primogénito, ya que me enteré de que este disfruta poniéndose los hombres de mochila.
Por MARIO EMILIO PEREZ
(Escritor y Sociólogo Dominicano)
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