Algo muy similar fue la situación que le pasó a un amigo del escritor Mario Emilio Pérez, el cual desde su columna Cogiéndolo Suave de el periódico vespertino El Nacional, nos relata una historia que a pesar de chistosa nos enseña porqué es mejor ser precavidos en momentos donde se requiere una muy buena presencia.
A continuación anexo el relato... check it out:
Escrito por: Mario Emilio Pérez
La joven era nativa de una provincia del Cibao, y se marcharía dos días más tarde hacia su pueblo.
Mi amigo, que producía un programa semanal en un medio televisivo, y tenía la soltería como estado civil, le prometió a su casi seguro levante que iría a visitarla el próximo domingo a su terruño.
De complexión robusta, el enamorado artista posee un apetito voraz, y no le da mente a los problemas de salud que puedan provenir de su glotonería, afirmando que “los flacos también mueren”.
Desde las primeras horas del día señalado el fogoso galán no podía controlar sus nervios, pero se calmó un poco tras escribirle una larga carta a su amada, dispuesto a entregársela desde que se vieran.
Serían las diez de la mañana cuando el corpulento pretendiente de la cibaeñita, a la que describía como poseedora de una gran belleza, emprendió la marcha hacia el domicilio de la amada.
Aunque había ingerido un abundante y suculento desayuno a las siete de la mañana, su amplio estómago comenzó a enviarle señales de que necesitaba que le dejaran caer algunos alimentos, cuando estaba a unos veinte kilómetros de su destino.
Se detuvo ante un vendedor de frutas, y comenzó a darle quijada a una piña y varias naranjas que atenuaron los movimientos peristálticos de su insaciable víscera.
Una ligera llovizna comenzó a caer cuando reanudó el viaje, y al llegar a la residencia de su derriengue parqueó junto a la acera.
De repente sintió una intensa movilidad de gases en sus vías digestivas, y se vio obligado a frenar las tentativas de escape de aquellas flatulencias.
Pero al notar que los dolores abdominales se intensificaban, miró hacia la galería de la casa, la cual lucía desierta y empapado el piso por el persistente aguacero.
Aprovechando esa circunstancia dejó escapar estruendosas detonaciones de procedencia intestinal en el preciso instante en que la jovencita y su madre asomaban sus cabezas por sendos ventanales.
Por pudor, las damas retrocedieron con rapidez, pero el recién llegado no pudo vencer la vergüenza que lo afectó, por lo que emprendió de inmediato el retorno a la capital.
Como cultor del bolero, el artista señala que, a diferencia de la letra de una popular pieza del género, se arrepiente de “lo que pudo haber sido y no fue” por una causa tan poco poética.
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