Un cerebrazo justificado
Pocas veces he visto a un hombre mas asfixiado de admiración por una mujer que mi amigo por una damita a quien la naturaleza le había otorgado una belleza que hubieran envidiado muchas de las beldades del cine norteamericano.
Creo que no conquistó el título de Miss Universo porque no compitió, ya que las curvas de su anatomía superaban las de cualquier carretera internacional, y su paso era tan airoso como el de las supermodelos.
Por eso no causaba extrañeza la fijación idolátrica de cualquier representante del género masculino con aquella agraciada joven, cuyos pretendientes declarados se contaban por decenas, y los clandestinos por centenas.
Una tarde la esplendorosa damisela participó en una fiesta de cumpleaños a la cual fui invitado, lo que me dio la oportunidad de conversar con ella durante media hora, tiempo suficiente para comprobar su insolente incultura.
Al referirse a un cortocircuito que se produjo el día anterior en su casa, usó la expresión “cortaciguita”, y al decirme que estaba a punto de marcharse, manifestó que “casimente me estoy yendo”.
Cuando ví al mas encendido de los admiradores de la bien terminada muchacha no pude evitar comentarle la mala impresión que me había causado su ignorancia, sobre todo en lo relativo a la lengua española.
Mi amigo, esbozando una sonrisa que acompañó la expresión mordaz de su semblante, inició un largo monólogo.
“Estoy imaginando la escena, en la que apareces sentado en la sala de tu casa, cuando de repente suena el teléfono, y al levantar el auricular escuchas la voz de ese angelito, diciéndote que quiere verte con carácter de urgencia.
“Sorprendido, los pensamientos se agolpan en tu cabeza, sin atinar con la razón de aquella intempestiva invitación al apartamento donde vive sola una mujer deseada por cuanto hombre le pone los ojos encima.
“Tocas el timbre, y es el mismo hembrón en persona quien abre la puerta, cubierto su cuerpo apenas con una bata transparente, y cuando intentas abrir la boca para decir algo, ella te la cierra con un beso apasionado.
“Entonces tú, poseído por una ira súbita, la apartas con un fuerte empujón que la pone al borde de una caída, mientras le gritas: apártate, analfabeta funcional, inculta, que no sabrías mencionar los títulos de tres novelas famosas de la literatura de América latina.
“Y cuando ella permanece callada durante mas de un minuto, compruebas que tu presunción era verdadera, por lo que te marchas sin volver la cara para disfrutar de sus encantos, y dando un portazo que se escuchó en varias cuadras a la redonda.
La ocurrencia de mi amigo se produjo poco después de la guerra de abril de 1965, y todavía hoy sonrío al recordarla.
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